No encuentro palabras, letras, sonrisas suficientes para resumirnos en ese instante, en esta vida, en aquella incierta casualidad.
Una ronda de cervezas, la primera invitas tú, la segunda yo, la tercera puede que nos invitasen y por la cuarta no me preguntes que yo sólo pensaba en la sonrisa que tenía enfrente pidiendo a gritos que la besase. Risas, carcajadas sonoras, mi cabeza sobre tu hombro. Preguntas sobre el pasado, debilidades saliendo por las cicatrices a medio cerrar, sonrisas a medias y miradas perdidas. Tus labios piden sinceridad, los míos cariño o un par de cañas más, porque sé que hay posibilidades de que te levantes del sofá y (me) cierres la puerta. Bajo a pedir, despacio, disfrutando del instante antes de lanzarme a un futuro incierto, de miedos, de vacío.
Palabras desbordan mi boca al sentarme de nuevo, ojos tristes y mojados. Silencio. Me preparo para verte marchar, bajas, suspiro, me limpió las lágrimas y cuando levanto la cabeza estás ahí con dos cañas más. Sonrío y me digo que igual debo volver a confiar.
Es hora de empezar a creer, a crear.